ELLAS MANDAN EN EL TEATRO CLÁSICO
El pasado viernes comienzó el festival de teatro clásico de Almagro, que dirige Natalia Menéndez por segundo año consecutivo. Esta semana Blanca Portillo se estrena al frente del festival de Mérida. Y hace dos meses Helena Pimenta fue nombrada directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La coincidencia de tres mujeres a la cabeza del teatro clásico español es una circunstancia sin precedentes en un territorio que siempre ha sido masculino, si exceptuamos los dos años de Amaya de Miguel al frente del certamen de Almagro a mediados de los noventa. “No debería sorprender, pero sorprende, lo que significa que todavía estamos mal”, lamenta Portillo.
¿Por qué el teatro, un ámbito aparentemente abierto y sin demasiados prejuicios, ha tardado tanto en incorporar a la mujer a puestos de responsabilidad? “No hay referentes. Cuando una chica joven se siente atraída por esta disciplina, lo que encuentra a su alrededor son actrices, no directoras. Esto limita tu imaginación. Lo difícil no es hacerlo, sino creer que puedes hacerlo”, opina Pimenta.
.Los modelos escasean “y los que hay se convierten figuras emblemáticas”, apunta Blanca Portillo. Precedentes visibles como Nuria Espert, Pilar Miró, Josefina Molina y, más atrás en el tiempo, Margarita Xirgu o María Teresa León, son vistos como excepciones en el sector. Juan Antonio Hormigón, secretario general de la Asociación de Directores de Escena y autor de uno de los pocos estudios al respecto (Directoras en la historia del teatro español: 1550-2002), utiliza el término protodirectoras para señalar una característica común: una buena parte de las mujeres que se dedicaron a la dirección en el pasado lo hicieron “escondidas en los pliegues de otra profesión diferente”. En la mayoría de los casos, en la de actriz.
La situación está cambiando, aunque de forma muy progresiva. Nombres como Carme Portacelli, Laila Ripoll, Ana Zamora, Angélica Lidell, María Ruiz, Amelia Ochandiano, Itzíar Pascual, Olga Margallo, Aitana Galán emergen en las programaciones de los principales teatros españoles, pero aún son necesarias iniciativas como el certamen de directoras de escena de Torrejón de Ardoz para dar impulso a las nuevas creadoras. Las hay que empiezan su carrera directamente trabajando de directoras, como la propia Helena Pimenta, que fundó su primera compañía con 23 años, mientras que otras lo hacen como actrices o combinan ambas facetas. “En mi caso, dirijo porque me gusta todo lo que tiene que ver con el teatro. Por encima de todo me siento actriz, pero la curiosidad me lleva a querer probar todos los ángulos, incluidas tareas a veces más ingratas como la producción o la gestión”, explica Portillo. Natalia Menéndez también comenzó de intérprete y sigue ejerciendo como tal, aunque hace ya 20 años que se dedica a la dirección.
Más allá de lo positivo que resulte en términos de igualdad de género el aumento de directoras de escena, ¿pueden ofrecer las mujeres una mirada nueva en el terreno artístico? “Creo que el enfoque tiene que ver más con lo personal que con el género, pero es cierto que la mujer puede aportar puntos de vista distintos a los textos clásicos, sobre teniendo en cuenta la naturaleza de la mayoría de los personajes femeninos. Por ejemplo, en el Siglo de Oro español hay escasas protagonistas, y las que lo son, como la Celestina, aparecen como urdidoras. No es que los autores las despreciaran, simplemente las presentaban haciendo lo que se veían obligadas a hacer en la vida real: organizar tramas más o menos oscuras, disfrazarse de hombres o parecer tontas como La dama boba de Lope de Vega para lograr lo que desean, que nunca es el poder, sino el amor”, reflexiona Natalia Menéndez. Solo hay una excepción: la heroína de Fuenteovejuna.
Helena Pimenta considera indudable que la mujer introduce diferencias. “La mirada no puede despojarse de lo que uno es. Quieras o no, arrastras tus circunstancias como mujer, madre, esposa, hija... En todo caso, yo cuando dirijo intento no dejarme llevar por los tópicos femeninos y tratar a cada personaje tal como se presenta: si Lady Macbeth es mala, no hay que suavizarlo por el hecho de que sea mujer”. Y Blanca Portillo concluye: “Lo importante, finalmente, no es quién dirija un espectáculo, sino que sea bueno”.
El festival de Almagro se inauguró con la entrega del premio Corral de Comedias a una mujer inspiradora: Nuria Espert.
Fuente: El País. Raquel Vidales
¿Por qué el teatro, un ámbito aparentemente abierto y sin demasiados prejuicios, ha tardado tanto en incorporar a la mujer a puestos de responsabilidad? “No hay referentes. Cuando una chica joven se siente atraída por esta disciplina, lo que encuentra a su alrededor son actrices, no directoras. Esto limita tu imaginación. Lo difícil no es hacerlo, sino creer que puedes hacerlo”, opina Pimenta.
.Los modelos escasean “y los que hay se convierten figuras emblemáticas”, apunta Blanca Portillo. Precedentes visibles como Nuria Espert, Pilar Miró, Josefina Molina y, más atrás en el tiempo, Margarita Xirgu o María Teresa León, son vistos como excepciones en el sector. Juan Antonio Hormigón, secretario general de la Asociación de Directores de Escena y autor de uno de los pocos estudios al respecto (Directoras en la historia del teatro español: 1550-2002), utiliza el término protodirectoras para señalar una característica común: una buena parte de las mujeres que se dedicaron a la dirección en el pasado lo hicieron “escondidas en los pliegues de otra profesión diferente”. En la mayoría de los casos, en la de actriz.
La situación está cambiando, aunque de forma muy progresiva. Nombres como Carme Portacelli, Laila Ripoll, Ana Zamora, Angélica Lidell, María Ruiz, Amelia Ochandiano, Itzíar Pascual, Olga Margallo, Aitana Galán emergen en las programaciones de los principales teatros españoles, pero aún son necesarias iniciativas como el certamen de directoras de escena de Torrejón de Ardoz para dar impulso a las nuevas creadoras. Las hay que empiezan su carrera directamente trabajando de directoras, como la propia Helena Pimenta, que fundó su primera compañía con 23 años, mientras que otras lo hacen como actrices o combinan ambas facetas. “En mi caso, dirijo porque me gusta todo lo que tiene que ver con el teatro. Por encima de todo me siento actriz, pero la curiosidad me lleva a querer probar todos los ángulos, incluidas tareas a veces más ingratas como la producción o la gestión”, explica Portillo. Natalia Menéndez también comenzó de intérprete y sigue ejerciendo como tal, aunque hace ya 20 años que se dedica a la dirección.
Más allá de lo positivo que resulte en términos de igualdad de género el aumento de directoras de escena, ¿pueden ofrecer las mujeres una mirada nueva en el terreno artístico? “Creo que el enfoque tiene que ver más con lo personal que con el género, pero es cierto que la mujer puede aportar puntos de vista distintos a los textos clásicos, sobre teniendo en cuenta la naturaleza de la mayoría de los personajes femeninos. Por ejemplo, en el Siglo de Oro español hay escasas protagonistas, y las que lo son, como la Celestina, aparecen como urdidoras. No es que los autores las despreciaran, simplemente las presentaban haciendo lo que se veían obligadas a hacer en la vida real: organizar tramas más o menos oscuras, disfrazarse de hombres o parecer tontas como La dama boba de Lope de Vega para lograr lo que desean, que nunca es el poder, sino el amor”, reflexiona Natalia Menéndez. Solo hay una excepción: la heroína de Fuenteovejuna.
Helena Pimenta considera indudable que la mujer introduce diferencias. “La mirada no puede despojarse de lo que uno es. Quieras o no, arrastras tus circunstancias como mujer, madre, esposa, hija... En todo caso, yo cuando dirijo intento no dejarme llevar por los tópicos femeninos y tratar a cada personaje tal como se presenta: si Lady Macbeth es mala, no hay que suavizarlo por el hecho de que sea mujer”. Y Blanca Portillo concluye: “Lo importante, finalmente, no es quién dirija un espectáculo, sino que sea bueno”.
El festival de Almagro se inauguró con la entrega del premio Corral de Comedias a una mujer inspiradora: Nuria Espert.
Fuente: El País. Raquel Vidales
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