MIEDO A SALIR A CORRER, 
EL ACOSO QUE SUFREN
 LAS MUJERES 
Las avasallan con piropos sucios, las persiguen. Incluso se masturban delante de ellas. 5 mujeres runners detallan cómo les acosan los hombres cuando salen a correr
Para un hombre, salir a correr supone una experiencia 
liberadora en la que ha de luchar con las limitaciones que impone su 
propio cuerpo: la respiración entrecortada, el corazón desbocado, las 
rodillas doloridas y la frente anegada de sudor.
Para una mujer, 
salir a correr supone – muchas veces– una experiencia peligrosa donde 
las limitaciones de su cuerpo son el menor de sus problemas. Lo más jodido, con diferencia, es que un hombre les asalte en el camino. Ellos se enfrentan al cansancio, ellas al acoso sexual.
A
 continuación siguen 5 relatos de 5 mujeres runners que cuentan cómo las
 han perseguido por el simple hecho de llevar mallas y camisetas 
ajustadas. O las burradas que les dicen a cada paso con el pretexto de 
que esa ropa, técnica y sin erotizar, es una invitación al improperio. 
En definitiva, historias de rabia al sentir que en el ejercicio diario también se filtra la cultura de la violación.
1. Scheherezade Surià (Barcelona, España) 

Denuncié y la mujer policía me dijo: "Ya se podía haber masturbado en casa".
Me
 pasó la segunda vez que decidí salir a correr. Fue en Sant Boi, 
Barcelona, en un camino que discurre a lo largo del río y siempre está 
transitado por un montón de gente. Ya había ido en bici por ahí y 
siempre me decían cosas, pero bueno, como voy con cascos tampoco hago 
mucho caso. Este caso que cuento pasó un día de julio, por la tarde; aún
 había gente pero no demasiada. De repente me adelantó un chico con una bici y después se giró;
 tenía unos 30 años, me fijé en él porque no llevaba ropa de hacer 
deporte. Después de que me pasara decidí dar la vuelta y él me volvió a 
adelantar; tomó mi mismo camino, como yendo para mi casa, pero le perdí 
de vista. Entonces, a medida que avancé corriendo hacia unos juncos, vi 
que él estaba allí parado. Pensé que estaría meando. Pero no. Llevaba los pantalones bajados y se estaba masturbando en pleno camino.  
Yo me quedé parada y me encogí de hombros, como diciendo: ahora qué. Él me hizo una señal con la mano como diciéndome que pasara. Dio
 la casualidad de que en ese momento no había nadie, pero es obvio que 
se había dado la vuelta para que yo pasara mientras él se la cascaba. 
Pasé de largo, aceleré el ritmo y seguí corriendo. Al poco tiempo –aún 
llevaba los cascos puestos– noté como alguien me tocaba el culo. Era él.
 Se había acercado hasta mí corriendo y yo no le había escuchado. En ese momento le dije “qué coño haces”, él levantó las manos y se fue corriendo para el otro lado.
Cuando llegué a casa llamé a la policía, pero la agente que estaba allí, una mujer, se lo tomó un poquito a guasa. No le quitó hierro al asunto pero sí hizo comentarios del tipo “ya se podía haber masturbado en casa”.
El
 problema de aquello, más allá de la situación puntual, es que por allí 
hay mucho junco y mucha chica adolescente corriendo. Él no intentó 
agredirme, pero podría haberlo hecho. A las dos semanas un grupo de Facebook con chicas de la ciudad escribieron que habían sido perseguidas por un chico similar. A
 partir de ahí te planteas que quizás por el simple hecho de ser mujer 
hay ciertas cosas que no puedes hacer. Yo salía a correr porque me 
apetecía, no para que tú me mires. Desde entonces no he vuelto a correr.
2. Sandra - nombre falso- (España) 

No debería llevar las llaves en la mano como arma de defensa por si alguien me sigue.
Empecé
 a correr plantándome unas mallas cortas y una camiseta ajustada para 
evitar el calor. Había gente pero todavía no estaba el boom del running
 actual, con lo que no solía cruzarme con demasiados corredores. Siempre
 era habitual escuchar silbidos desde algún coche, un grito desagradable
 e incomprensible desde una furgoneta; en ocasiones se acercaban algo 
más.
Un día te cruzas con un grupo de chicos, que se esperan para verte pasar y te miran por delante y por detrás. Oyes risas. Otro día, por unas escaleras, unos niños te dicen “boing boing, cómo te rebotan las tetas” y se ríe todo el grupo.
Un
 hombre de unos 55-60 años, aparentemente simpático, te dice: “Si llego a
 saber que salías tú ahora, habría salido más tarde para ir a la vez”. O
 corres dando vueltas a un parque y un conocido va en sentido contrario 
para verte dos veces y sacarte la lengua, guiñate un ojo, invitarte a 
una carrera...
En un paso de peatones un hombre te dice: “Te como el coño”.
Cuando te pasan varias así seguidas empiezas a sentirte insegura, piensas que haces algo mal. Revisas el armario buscando la ropa más ancha que
 tengas, pasas a mallas pirata o largas. Dejas las camisetas ajustadas 
para las clases de spinning y te acostumbras a llevar las holgadas. Pero
 claro, eso no soluciona nada. Ese mismo día pasas por un bar de
 tu propia calle y uno de los señores que están fuera se te acercan para
 decirte al oído: “Corre, corre, yo contigo también correría”.
Ahora antes de salir de casa organizo una ruta en la que me sentiré cómoda y aviso a mi familia de por qué zona estaré y cuánto voy a tardar. Me apunté a un equipo hace unos meses para correr acompañada un par de días a la semana. Mi familia, mis amigas y mi pareja entienden cómo me siento cuando me dicen este tipo de cosas. Pero lo cierto es que la mayoría de amigos hombres (heterosexuales y homosexuales) no entienden lo que se siente. Cuentas lo que te dicen y le quitan hierro al asunto: “Encima de que te dicen algo”.
Correr
 es un momento de desahogo y relajación para mí, no debería intervenir 
nadie más si yo no quiero que lo haga. Tampoco debería tener miedo al 
pasar por algunas zonas, cambiar mi forma de vestir, evitar mi propia 
calle dando un rodeo o llevar las llaves en la mano como arma de defensa por si alguien me sigue.
3. Ana Hernández (Madrid, España) 

Correr siendo mujer es peor que la experiencia del runner hombre.
Cuando
 eres mujer y corredora te tienes que plantear una serie de cosas antes 
de salir, como por ejemplo: la hora a la que sales, la zona por la que 
corres, si vas sola o acompañada, el tipo de ropa que llevas. Todos esos
 factores influyen en que tengas una buena salida.
O no, porque muchas veces da igual si vas más o menos ajustada. Siempre te miran y te dicen algo. No tanto los otros corredores como quienes están en el parque o donde vayas a hacer deporte.
En una ocasión fui a correr por el parque del Retiro, aún no había anochecido, serían como las 19;  cuando de repente salió un chico de no sé dónde, me agarró el brazo e intentó tirarme al césped.
 Por suerte no llegué a caerme, pude zafarme de él y huí corriendo. 
Desde entonces no he vuelto a correr sola por el Retiro. Si voy siempre 
es con alguien. Está claro que correr siendo mujer no tiene nada que ver
 con la experiencia del hombre runner, y para mí es un reflejo claro de 
nuestra sociedad.
4. Alicia -nombre falso- (Mérida, México)

Cuando pedí ayuda al vigilante primero me vio las piernas, luego anotó las características del auto.
Vivo
 en la zona nororiente de la ciudad de Mérida, en una privada. Salgo a 
correr desde los 15 años, entreno deportes desde pequeña y me acostumbré
 al ejercicio. Salía en la noche porque en Yucatán el sol se oculta muy 
tarde y siempre hace mucho calor. La primera vez que me acosaron durante
 el ejercicio fue un automóvil que me perseguía por el parque. No lo 
noté al principio, sino hasta la segunda vuelta que noté que el auto me 
seguía a cierta distancia. El hombre dentro del auto me hablaba, yo uso 
lentes y no los uso al correr, además tenía audífonos; pensé que tal vez
 estaba perdido, suele suceder en esa privada. Así que me acerqué mientras me retiraba los audífonos. El tipo se estaba masturbando; me dijo algo así como “ven, súbete”.
No
 recuerdo haberle contestado, en ese entonces, a mis 15 años, no tenía 
la rabia contra la violencia machista que se me fue acumulando en el 
transcurso de los años siguientes. Sólo seguí corriendo en dirección al 
parque, en frente hay casetas de vigilancia y pensaba en dar aviso. El vigilante primero me vio las piernas, luego anotó las características del auto.
El atraco lo conté en una cena de navidad unos dos años después, donde mis dos tíos y mi madre justificaron el acoso de aquella noche por mi vestimenta.
 Por usar una falda deportiva para salir a correr en un Estado tan 
caluroso de México, a las 8 de la noche, en un parque de una privada que
 tiene más de 4 casetas de vigilancia, un parque que está en frente de 
mi propia casa.
5. Bea Ortiz (Lagos de Moreno, México)

Al hacer abdominales le detenía las piernas y ponía entre sus tobillos el pene erecto.
Tenía
 como 17 años y vivía en Lagos cuando me aficioné a ir a un parque por 
las mañanas a correr. Solía encontrar ahí a una chica que también iba 
sola y más o menos a la misma hora que yo, comencé a sonreírle y al poco
 tiempo llegué a considerarla mi amiga. Luego, por lo que vivimos 
juntas, la consideré mi hermana.
Se llamaba C. Nos buscábamos al llegar al parque y corríamos juntas para sentirnos más seguras.
 A veces sólo nos acompañábamos en silencio mientras le dábamos vueltas 
al parque trotando; otras veces platicábamos después del ejercicio y 
antes de ir a nuestras rutinas, que imagino hasta el día de hoy muy 
distintas.
Un
 día llegué al parque y C estaba con un hombre que tendría más de 50 
años, al que recuerdo haber visto antes corriendo junto a otras 
jovencitas. Creí que era algún familiar, pero ella me lo 
presentó, simplemente como un señor (X) al que conocía y admiraba. X le 
iba a ayudar a C a entrenar. Aunque por alguna razón yo no me sentía 
cómoda, las siguientes semanas estuve corriendo con ella y con X.
Él
 calentaba y corría con nosotras, mientras nos daba indicaciones de cómo
 debíamos calentar los músculos antes de correr, o cómo aumentar 
velocidad y resistencia. Al final también nos indicaba algunos ejercicios como abdominales y lagartijas, que hacíamos mientras él sólo nos miraba. A veces se nos unían otras chicas.
Después de varias semanas así, un día X no fue y C aprovechó para comentarme una duda que le angustiaba. Quería
 mi consejo. Resulta que X había aprovechado un día que yo me ausenté 
para preguntarle a C si tenía algún problema menstrual, pues “la había 
notado inflamada”. En su ingenuidad, mi amiga le contó que 
tenía más de un año sin menstruar y con cólicos frecuentes y muy 
fuertes. X le preguntó si tenía relaciones sexuales y acto seguido le 
diagnosticó que los cólicos eran “debido a la sangre y deshechos que su 
cuerpo retenía por tener relaciones pero no llegar al orgasmo”, lo cual 
era pésimo para su salud a largo plazo, y cuyo remedio era tener 
relaciones sexuales, PERO no con su novio, seguramente inexperto… obvio,
 el indicado para curar todo ese cuadro era el mismo X, un hombre con la
 suficiente edad y experiencia…
Por desgracia, C estaba seriamente considerando acceder.

Siguió yendo al parque a correr como siempre. A cazar como siempre.
Esa
 mañana no corrimos, estuvimos varias horas hablando en el parque, yo 
tratando de convencerla de que ese tipo era un peligro… y ella 
resistiéndose, porque X era conocido de toda la vida de su papá o algo 
así y por asociación no podía ver que hubiera mala intención en su 
propuesta. De repente terminó confesándome que los días que ella 
entrenaba sola con X éste le ayudaba a hacer abdominales, hincándose 
frente a ella recostada en el césped, para detenerle sus piernas, y de 
paso poniendo entre ellas su pene erecto.
Aceptó
 que se sentía mal desde la primera vez que sintió la erección entre sus
 tobillos, pero se había paralizado y luego dudo de lo que había 
sentido, diciendose a sí misma que era una mal pensada. Luego 
sucedió de nuevo, y ya no tuvo duda de lo que estaba pasando, pero 
entonces asumió que ella, al no haber protestado la primera vez, había 
consentido, lo que le generó una culpa y una vergüenza que le habían 
impedido hasta ese momento hablar del tema.
En ese punto
 yo también me sentía culpable por haber sido tan ciega ante los abusos 
de X hacia mi amiga. Entre nuestra culpa y nuestra inexperiencia, la 
única medida que tomamos fue sólo alejarnos de él. ¿Cómo 
enfrentarlo? ¿cómo denunciarlo, ante quién? ¿cómo no pensar que seríamos
 juzgadas nosotras mismas antes que él, a quien todos los habituales del
 parque parecían respetar y hasta estimar?
La
 primera vez que lo ignoramos en el parque él no tardó ni cinco minutos 
en retirarse del parque. No iba avergonzado, sino ofendido ante nuestra 
grosería. Era evidente que me consideraba culpable de influenciar a C, 
pues me dedicó una larga mirada de rencor antes de irse y 
afortunadamente no volvió a acercarse a nosotras.
Yo hubiera querido que la retirada de X fuera por miedo o por vergüenza,
 y así se mantuviera alejado de otras chicas, pero al día siguiente y 
durante mucho tiempo siguió yendo al parque a correr como siempre. A 
cazar como siempre. Ese parque era su territorio. C y yo dejamos de ir. 
No volví a ver a C, ni volví a hacer ejercicio en espacios públicos.

Desde entonces, no he vuelto a correr.
Comentarios